Amarte tanto.

Amarte tanto.

7/21/2011

El Retrato Oval - Edgar Allan Poe.


Era una joven de peregrina belleza, tan graciosa como amable, que en mala hora amó al pintor y, se desposó con él.
      El tenía un carácter apasionado, estudioso y austero, y había puesto en el arte sus amores; ella, joven, de rarísima belleza, todo luz y sonrisas, con la alegría de un cervatillo, amándolo todo, no odiando más que el arte, que era su rival, no temiendo más que la paleta, los pinceles y demás instrumentos importunos que le arrebataban el amor de su adorado
Terrible impresión causó a la dama oír al pintor hablar del deseo de retratarla. Más era humilde y sumisa, y se sentó pacientemente, durante largas semanas, en la sombría y alta habitación de la torre, donde la luz se filtraba sobre el pálido lienzo solamente por el cielo raso.
      El artista cifraba su gloria en su obra, que avanzaba de hora en hora, de día en día.
      Y era un hombre vehemente, extraño, pensativo y que se perdía en mil ensueños; tanto que
no veía que la luz que penetraba tan lúgubremente en esta torre aislada secaba la salud y los encantos de su mujer, que se consumía para todos excepto para él.
      Ella no obstante, sonreía más y más, porque veía que el pintor, que disfrutaba de gran fama, experimentaba un vivo y ardiente placer en su tarea, y trabajaba noche y día para trasladar al lienzo la imagen de la que tanto amaba, la cual de día en día, se tornaba más débil y desanimada
Y, en verdad, los que contemplaban el retrato, comentaban en voz baja su semejanza maravillosa, prueba palpable del genio del pintor, y del profundo amor que su modelo le inspiraba
Pero, al fin, cuando el trabajo tocaba a su término, no se permitió a nadie entrar en la torre; porque el pintor había llegado a enloquecer por el ardor con que tomaba su trabajo, y levantaba los ojos rara vez del lienzo, ni aun para mirar el rostro de su esposa
Y no podía ver que los colores que extendía sobre el lienzo se borraban de las mejillas de la que tenía sentada a su lado
Y cuando muchas semanas hubieron transcurrido, y no restaba por hacer más que una cosa muy pequeña, sólo dar un toque sobre la boca y otro sobre los ojos, el alma de la dama palpitó  aún, como la llama de una lámpara que está próxima a extinguirse .
Y entonces el pintor dio los toques, y durante un instante quedó en éxtasis ante el trabajo que había ejecutado; pero un minuto después, estremeciéndose, palideció intensamente herido por el terror, y gritando con voz terrible:
      
“—¡En verdad esta es la vida misma!— 

Volvióse bruscamente para mirar a su bien amada, ...

 ¡estaba muerta!”.


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